Archivo del Autor: Jesús Cuadra

La parábola del jardín

Una vez una venerable maestra llamada Marge Reddingtón, me enseñó una parábola terapéutica que hoy te cuento adaptada.

Había una vez un planeta donde a todos los que nacían les regalaban un territorio con un jardín y les daban la responsabilidad exclusiva de cuidar de su propio jardín. A todos se les decía «Al final de los tiempos se te pedirá cuentas de cómo está cuidado tu propio jardín».

Para cuidar de su propio jardín todos venían dotados de algunos recursos: lo que experimentaban, lo que sentían y ciertas habilidades, que todos iban desarrollando conforme crecían en relación con los otros vecinos que también tenían su propio jardín y también tenían la responsabilidad exclusiva de cuidar de él.

Todo lo que experimentaban y sentían, les afectaba, pero venían con el recurso de la sonrisa, el llanto y los gestos que llamaban la atención de su entorno y les permitía vincularse a los otros y conseguir así de ellos lo que necesitaban. De esta manera aprendían a regular su malestar y disfrutar de su bienestar.

Este proceso relacional les servía para darse cuenta progresivamente de lo que necesitaban para cuidar de su propio jardín y para poner en marcha las acciones que les permitieran cuidar de su propio jardín.

El hambre que sentían y el llanto que emitían, relacionado con él, era la forma que los bebés tenían de cuidar de su propio jardín. Lloraban para conseguir que alguien les diera de comer como forma de cuidar de su propio jardín.

La rabia que sentían si no conseguían la atención y lo que necesitaban y el llanto aumentado que emitían, era la forma que los bebés tenían de que les hicieran caso, les tomasen en serio y conseguir lo que necesitaban para cuidar de su propio jardín.

Cuando sentían el miedo y la agitación que expresaban, les servía para huir y poner a salvo su propio jardín o para conseguir el refugio, el amparo y la protección que necesitaban para poder mantener seguro y a salvo su propio jardín.

Si perdían la fuente de satisfacción y vinculación y no podían conseguir lo que necesitaban, podían sentir el colapso, la paralización y la tristeza por haber perdido de forma irreparable algo importante y significativo para ellos. Era la mejor forma de cuidar de su propio jardín ahorrando energía y recursos hasta que pudieran recuperar el contacto con otras fuentes de satisfacción de lo que necesitaban para cuidar de su propio jardín y el consuelo necesario para regularse y asimilar la experiencia del dolor de la pérdida.

La alegría que sentían y la sonrisa que tenían cuando conseguían lo que necesitaban para cuidar de su propio jardín, era la forma de mantener y consolidar los lazos y relaciones con los otros para asegurar el cuidado de su propio jardín.

De esta manera iban desarrollando su experiencia de la vida y su destreza en cuidar de su propio jardín, se iban haciendo mayores e iban ganando en habilidades y recursos para cuidar de su propio jardín y en establecer relaciones cooperativas con los otros que tenían su propio jardín al lado del suyo.

Pero «Al final de los tiempos a cada uno se le pedirá cuentas de cómo está cuidado su propio jardín».